La Fe es algo íntimo, que se siente o no y que no se puede explicar si no se vive en carne propia. No voy a explicaros mis experiencias personales (al menos, hoy no) ni mucho menos intentaré convencer a nadie de nada.
Sólo sé que cuando admiras la naturaleza, cuando miras el firmamento por la noche y te sientes minúsculo o cuando pierdes tu mirada en la inmensidad del mar, cuando miras a un bebé o la persona a la que quieres te sonríe, percibes que hay algo más grande que tú; algo que no ves pero notas.
Hay veces en las que mi corazón late inquieto y rebelde o me ahoga la angustia, la soledad y la impotencia, hay momentos en los que me encuentro perdida y busco respuestas que nadie me da. Entonces recurro a Él, le pregunto y espero... (todo lo que mi paciencia me permite).
Las respuestas llegan solas: a veces, de forma inmediata (las menos); otras, haciéndose de rogar (sobretodo últimamente) aunque la mayoría de veces, todo se soluciona por sí solo, de la manera más imprevisible.
Ayúdame Señor, a creer que detrás de las nubes está el Sol;
que los desnudos árboles de otoño volverán a vestirse de hojas,
si tengo la paciencia de esperar.
Ayúdame Señor, a comprender que
Ayúdame Señor, a comprender que
para alcanzar la cima de la montaña
hay que atravesar el largo valle.
Que la vela difunde su luz a base de consumirse poco a poco.
Ayúdame Señor, a desprenderme de las pretendidas seguridades
Ayúdame Señor, a desprenderme de las pretendidas seguridades
que no puedo tener y que me hacen tan inseguro;
ayúdame a comprender que mis temores
aumentan mi inquietud y mi impaciencia.
Ayúdame Señor, a aceptar mis limitaciones.
Ayúdame Señor, a aceptar mis limitaciones.
Confío en ti como un niño
que se siente seguro en brazos de su madre.
Ayúdame a caminar por donde no puedo ver
sabiendo que tú estás ahí conmigo.